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Pieles NO

lunes, 20 de septiembre de 2010

Mi amado hijo Efraím (cuento mío)




¿No es Efraím mi hijo querido,
el hijo de mi alegría?
¡Cómo me acuerdo de él
cuando pronuncio su nombre!

(Canción tradicional hebrea)
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Efraím, no puedo dejar de pensar en tí y en nuestra casa. De día, mientras hago las tareas del hogar. De noche, cuando tendida junto a tu padre que duerme espero al sueño, y cuando por fin llega. Siempre lo mismo. El recuerdo de nuestra casa de Sevilla ,la que tuvimos que dejar precipitadamente, pero de la que conservo la llave que siempre guardaré, aunque sé que nunca regresaré. El olor de nuestro barrio, el olor de la calle de la Pimienta, con su aroma a especias. El callejón del agua, siempre impregnado de jazmines y azahar. Aqui en Jerusalén también tengo estos olores,pero no son iguales, ni las casas, ni las calles, ni el cielo. Sefarad fué una tierra amable y dura como una madre, como una madrastra. Jerusalén nunca fué mi patria. Nunca la sentí como tal. Es la tierra de mis antepasados, la de nuestra fe, pero mi corazón está en Sefarad, de la que nos arrancaron. ¡A cuántos ví morir camino del exilio!. Llevaban encima todo lo que podían, pero era demasiado duro. Comprendía a los que renegaron de nuestra fe. Yo no hubiera podido hacerlo, ni tu padre me lo hubiera consentido, pero los comprendía. Para conservar aquel cielo y aquellos olores, Dios me perdone, creo que hubiese cometido hasta idolatría. Pero tú, hijo, te quedaste, no viniste con nosotros. No te quedaste por el cielo, ni por el olor de las especias, ni por el de la dama de noche. Ni siquiera por las noches de verano en las que parecía que las estrellas se nos iban a caer encima. Te quedaste por una muchacha cristiana de ojos azules como el cielo de Sevilla. Y te hiciste cristiano no por miedo, como otros, sino por amor.
Hay una canción, que siempre se la oigo a mi vecina, que me recuerda mucho a tí. Ya me la he aprendido y a veces la canto sin parar, porque no puedo parar, la tengo metida dentro y hasta la odio, pero no puedo hacer otra cosa.
Tú eras mi hijo mayor, oh Dios, ya hablo de tí como si estuvieras muerto. Tu eras mi hijo mayor, el más hermoso, el más fuerte, de ojos negros como brasas y pelo brillante y rizado. Te quedaste allí y te tengo envidia. Efraím, te tengo más presente que a tus hermanos, que viven aquí conmigo, en esta tierra que al fin y al cabo es la nuestra, y de los árabes que la han habitado desde siglos. Espero que siempre podamos vivir como hermanos en esta tierra que es de de ambos, que llevamos la misma sangre.
Efraím, me enviaste cartas durante mucho tiempo, hasta que dejaste de escribir. Un mercader árabe que no quiso darme su nombre -me dijo que le llamase Saddik- me contó el otro día que en Sefarad había persecuciones contra los de nuestra raza que habían quedado allí, porque la reina, esa que en Roma llaman "La Católica", era muy celosa del cumplimiento de su fe, y creía que nosotros hebreos en secreto continuabamos con nuestro culto. ¡Pues claro! ¿No se nos amenazó, no se nos obligó? ¿Cómo pueden pretender fidelidad comprada con temor y odio?. Tienen solo lo que se merecen. Hipocresía y simulación es lo que obtienen los tiranos. Estúpido el amo que cree en la sinceridad del esclavo y en su amistad. Y nuestro pueblo no es en Sefarad ahora más que un esclavo, nosotros, que dominamos las ciencias, las artes, el saber... Ahora aquellos ignorantes nos necesitan, pero son demasiado orgullosos para reconocerlo.
Efraím, ¿por qué no escribes?. ¿También a tí te han apresado por conservar nuestra fe?. Esta idea me atormenta, y el no saber es lo peor. Qué será de tí, Efraím, mi hijo amado, ¡quien sabe si te habrán dado muerte y yo siempre lo ignoraré!.
Porque no creo que haya cosa peor para una madre que el no saber si su hijo está muerto o vive, y cómo. Mejor mil veces tenerlo muerto en los brazos que no conocer su suerte, quién estuvo con él al final, quién le reconfortó y le cerró los ojos, o si murió como un perrillo al que le han separado de la madre, en un rincón y ante la indiferencia de los que pasan.
Efraím, canto tu canción y lloro.
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(fotos de la sinagoga del Tránsito, en Toledo)

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