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Pieles NO

miércoles, 7 de diciembre de 2011

La importancia del nombre


Onomastica

Es curioso con qué facilidad tendemos a escoger un nombre para nuestros hijos simplemente porque nos suena bien o porque nos gusta. No muchos se detienen a buscar su etimología, el significado de los nombres, los grandes personajes de la Historia que lo llevaron, y aún son menos los que se detienen a pensar en la influencia imperceptible que el nombre puede tener en el niño a lo largo de su vida.

Debemos tener en cuenta que el nombre puede ayudar o perjudicar, aunque no se note, a moldear su personalidad, a hacerlo crecer y sentirse más fuerte ante su entorno. Digamos que el nombre puede emitir unas vibraciones que nos ayude a sentirnos mejor con nosotros mismos. Tanto es así que en España la Ley del Registro Civil regula los nombres que pueden ponerse, prohibiendo aquéllos que afecten a la dignidad.

Cada nombre tiene su historia, un momento en el que nació e incluso un significado propio. Es lo que estudia la Onomástica, que a su vez, puede subdividirse en:

  • Antroponimia: la ciencia que estudia los nombres de las personas
  • Toponimia: ciencia que estudia los nombres de los lugares
  • Bionimia: la que estudia los nombres de los sers vivos
  • Teonimia: la ciencia que estudia los nombres de los Dioses

Curiosamente, el valor histórico de los nombres se ha ido perdiendo con el tiempo, quizás por el mayor desarraigo con las tradiciones que estamos viviendo en sucesivas generaciones. Estas tradiciones familiares son las que ayuradron, durante años, a que perdurara y se conociera de generación en generación el significado de los nombres.

Así, a lo largo de los siglos, los más importantes y solicitados han sido los nombres bíblicos o los contenidos en el Corán, obviamente, por cuestiones religiosas. E incluso nos hemos visto muy afectados por situaciones políticas y por modas, como no hace demasiado cuando nombres como Libertad o Revolución comenzaron a hacerse populares. La tradición también nos ha hecho, durante años, el recurrir a nombres de antepasados, como padres o abuelos/as.

Hace algunos años, en España se puso de moda poner nombres anglosajones, de preferencia de artistas de cine, a niños y niñas. Tuvimos una generación de Vanessas, Samantha, Kevin, David y otras estupideces que eran de un hortera total.
Antes se solía poner a los niños el nombre de los abuelos o padrinos, con lo que resultaba que todo el mundo se llamaba igual. Esto, en Mallorca sobre todo.Y si no se hacía, los abuelos se enfadaban muchísimo.
En Aragón, donde yo nací,era costumbre poner el nombre del santo del día, con lo que el repertorio de nombres quedaba de lo más variado, pero había algunos tremendos. Nosotros tuvimos una criada que se llamaba Erundina, y menos mal que mis padres no seguían esa costumbre, porque yo nací el día de santa Facunda, y si me llegan a llamar así, yo ya haría tiempo que me lo hubiese cambiado.
También es una faena -pienso yo- ponerle a un niño un nombre que se refiera a una cualidad o modo de ser ,como Plácido o Cándido.
A mí me gustan los nombres medievales, como Leonor o Guiomar.
Una cosa que me chocó cuando a la hija mayor del príncipe Felipe de España le pusieron Leonor, fué lo sorprendida que quedó la gente. No lo habían oído nunca y les pareció rarísimo. No lo entiendo, a mí no me parece un nombre tan raro.Pero es que la gente es cada vez más inculta.(Ya sé que suena muy snob decir eso, pero es la verdad, leñe.)

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