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Pieles NO

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Palabras que se pierden

    Agasajados

Oigo en la radio: "Los Reyes de España serán agasajados por los tuaregs en el desierto de Argelia". Agasajados. Palabra casi en desuso, tan precaria como los tuaregs del desierto o los monarcas europeos. Término raro, casi hasta feo por su sonido casi impronunciable, pero muy bello por su significado. Parece sonar a árabe. Pero la etimología dice que viene del germánico "gasajo", "compañero". De ahí su sentido de alegrar o divertir. Agasajado es también gusto, placer, contento. Según la RAE es, "tratar con atención expresiva y cariñosa", a la que suman "muestras de afecto y consideración". También hospedar y aposentar. Y, además de regalo, tiene este curioso sentido: "Refresco que se servía por la tarde". Agasajemos, pues, a nuestros invitados. Y que nos agasajen.
Juan Antonio González Iglesias, premio Loewe de Poesía 2007 por Eros es más.
Cascarrias
Pregunté a mi madre, que sin pasar por la universidad es una de las mejores filólogas que conozco, por una palabra en desuso. Me habló de cascarrias, palabra que utilizaba su madre, mi abuela, y que significaba suciedad en la ropa. Busqué en el diccionario. Existe cazcarrias y significa: "Lodo que se coge en la parte de la ropa que va cerca del suelo". Intuí que era una palabra en euskera (efectivamente: kazkarria. "Suciedad en la lana de las ovejas"). Entonces pensé que es una palabra totalmente recuperable, teniendo en cuenta que posiblemente estamos en el momento histórico en el que más a ras de suelo lleva la gente joven los pantalones.
Unai Elorriaga, escritor español, autor de Un tranvía en SP.
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Aquí intervengo yo, la Loles del blog. Cascarrias en mi infancia eran -palabra usada por mi padre, que era andaluz- las bolitas que se sacaban de la nariz , lo cual es una guarrada, y hasta a veces se jugueteaba con ellas. Los mas cochinos hasta se las comían. Esto yo lo he visto.
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Mansarda
Este galicismo, sinónimo de buhardilla, procedente del apellido del arquitecto F. Mansard, no sólo evoca luminosidad, sino también sensualidad y gusto por la vida. No conocí este vocablo hasta que, a mis 19 años, lo encontré en Casa de campo, de Donoso. Desde entonces, cada vez que recuerdo las palabras que me deslumbran y ya no se usan, en la cabeza resuena "mansarda".
Horacio Castellanos Moya, novelista salvadoreño, autor de Insensatez.
Atropar
Literalmente es reunir algo en montones o gavillas, por ejemplo, se "atropan las hojas" de los jardines o el heno. Propongo recuperarla como "cuarto de los atropos", es decir, "cuarto de los trastos", pero donde se guardan montones de retales o piezas en desuso. Sería el trastero o el cuarto de los trevejos, de los corotos o de san Alejo.
Álvaro Pombo, escritor español, autor de Contra natura.
Oír / Escuchar
Más que recuperar una palabra me conformo con que no se pierda definitivamente la distinción entre "oír" y "escuchar". Ya nadie oye, todo el mundo escucha. Lo cual podría estar bien, si no fuera porque "escuchar" ya no significa prestar atención a lo que se oye, sino simplemente percibir sonidos con el tímpano. Así escucha, por ejemplo, Eduardo Zaplana. Si recuperáramos esta distinción, y con ella el antiguo significado del verbo "escuchar", igual nos volvíamos más comprensivos con los argumentos que expresan los demás.
Antonio Orejudo, escritor español, autor de Ventajas de viajar en tren.
Bizarro
Desde un tiempo a esta parte, y asumiendo que muchos están en absoluto en desacuerdo, que me obsesiono con ciertas palabras. Me han tildado de extranjerizante y, sobre todo, de gringo, que es casi lo peor que a uno le pueden decir en América Latina. Me gustan palabras gringas que se entienden igual y que tengan que ver con el cine. La palabra que nomino existe, no está en desuso, pero su significado sí. Bizarro en castellano, o según el diccionario, es valiente, gallardo. Todo el mundo ahora sabe que bizarro es raro, extraño, frik. El nuevo bizarro viene del francés, bizarre y que a su vez se fue a Estados Unidos, donde hacen o hicieron mucho cine bizarro. Un tipo bizarro puede ser bizarro a la española, es cierto, pero eso es estirar la cuerda un tanto. Me quedo con bizarro. Con esos libros llamados Santiago Bizarro o Lima Bizarro.

 
Alberto Fuguet, novelista chileno, autor de Tinta roja.
Holganza
Es la calidad de vida que vamos perdiendo, y que todo lector conoce. Si bien una vaga homofonía la asocia a la condición de holgazán, "holganza" retiene, junto a la noción de reposo, la de una apacible alegría que los griegos llamaban euthymia. De "holgado", su adjetivo, el diccionario de Julio Casares aclara: "Dícese del que, sin ser rico, tiene para vivir con bienestar". Y el sabio Covarrubias explica que viene del verbo "folgar", de folis, fuelle, "puesto quien descansa va tomando aliento y respirando, y porque esto se hace con refrescar el aire, que entra y sale en el pecho por la extensión y contracción del pulmón".
Alberto Manguel, escritor argentino, autor de La biblioteca de noche.
Prístino
Se refiere a lo que perdura en el tiempo con vigor y tiene el brillo de lo auténtico. Atribuye un resplandor especial. En estos tiempos de simulacros y falsificaciones, es una palabra que no encuentra fácilmente dónde posarse. De manera que lo prístino se oculta detrás de sinónimos difusos: primitivo, antiguo, original. Más que un arcaísmo es una palabra que debe esperar para ser usada. Esperemos.
Leonardo Valencia, escritor ecuatoriano, autor de El libro flotante de Caytran Dölphin.
Sino
Quizás porque he vivido más de la mitad de mi vida en un país en que el español no es la lengua principal, muchas veces utilizo palabras en desuso. Me vienen, de pronto, recuerdos de la infancia, y pronuncio palabras que les escuché a mis abuelos, para luego encontrarme con el rostro extrañado de mis interlocutores. Sino como sinónimo de destino es una de esas palabras. Apareció por primeravez en un diccionario español en 1803; por eso, quizás, se la identifica con poemas románticos y novelas decimonónicas. No sé dónde la aprendieron mis abuelos, pero lo cierto es que quienes mejor uso hicieron de ella en América Latina fueron los guionistas de telenovelas. Hasta hace unos veinte años, las mujeres en la pantalla se quejaban de tener que sufrir su sino. Hoy ya nadie se queja así. ¿Será que ya no creemos en el destino, o lo dejamos todo al azar, a la pura y llana suerte?
Edmundo Paz Soldán, escritor boliviano, autor de El delirio de Turing.
Vagoroso
Según el diccionario de la Real Academia es un adjetivo con dos acepciones: que vaga o que fácilmente y de continuo se mueve, y la segunda, tardo, perezoso o pausado. No sé cuándo la leí por primera vez, pero era una adolescente enamorada del castellano y me pareció una palabra de orfebrería, una de esas gemas que guarda la lengua en sus arcanos. La primera era la que más me gustaba, y me llamaba la atención que el adjetivo no fuera vagoroso, mucho más rudo. Vagaroso es más sutil, más deletéreo. No pude dejar de emplearla. En el poema 'Bitácora II', de Poesía reunida, escribí: "vagar // bogar // vagarosamente // en las velas místicas // de tu cuerpo, // inconmensurable tela // Teca".
Es una palabra poética, según la Academia, lo cual quizás la priva del comercio periodístico y de la publicidad, del tráfico banal. Pero no estoy segura de que haya palabras poéticas o no poéticas; hay algunas que suenan mejor, y la poesía es música, en primer lugar, reminiscencia. Por contra, suprimiría para siempre de la poesía las palabras primavera, mieses y flores.
Cristina Peri Rossi, poeta y narradora uruguaya, autora de Las estrategias del deseo
Picaflor
Siempre deseé ser un picaflor. Cuando de muchacho oía que calificaban a alguien de picaflor, por su suerte y actitud displicente hacia el amor, siempre sentía una profunda envidia por el aludido. Aun cuando no sabía exactamente lo deliciosa que puede resultar la condición de picaflor, la palabra misma, su resonancia misteriosa, me provocaba reacciones que iban más allá del entendimiento para complacerme con su sonoridad. Lamentablemente nunca logré ser un picaflor. Más lamentable es que ya no existan los picaflores y la palabra pueda perderse, tras ellos. Ahora vivimos en un mundo donde habitan los promiscuos (palabra sin ribetes románticos, que asocio de inmediato a condón, sida y otros horrores) y evidentemente no es lo mismo ser promiscuo que un admirable picaflor.
Leonardo Padura Fuentes,escritor cubano, autor de Pasado perfecto.
Inconsútil
Es la piel de nuestro cuerpo, el uniforme de lo humano. Lo es el cielo, el mar, la cáscara de la cereza, la membrana que envuelve el corazón. El ojo que te ve no es ojo porque tú lo veas, sino porque abarca el mundo, una cosa, en la inconsútil esfera, salada transparencia de una lágrima. Inconsútil tiene la sonoridad de lo envolvente, casi uterino, y sin embargo el diccionario le niega evanescencia o sutilidad. Qué pena. Imagina un mundo sin suturas, como una trama, pero sin principio, medio, fin. La túnica tejida por la madre que no se puede desgarrar. El habitáculo redondo y resbaladizo al que nunca se accedió, del que no se puede salir.
Cristina Cerrada, escritora española, autora de Noctámbulos.
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Inconsútil quiere decir además "sin costuras", como era la túnica que llevaba Jesús cuando le crucificaron y los soldados echaban a suertes y se peleaban por una túnica tan buena. La Lola
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Adlátere
Esta palabra, en desuso por ser un arcaísmo, tiene sin embargo un importante significado para la literatura. El adlátere de Don Quijote de La Mancha es Sancho, es decir, el compañero de aventuras, aquel que ayuda y sostiene con su compañía al héroe y que en ocasiones, como en el caso del señor Watson de Sherlock Holmes, es quien cuenta la historia y quien no pocas veces salva al héroe. La palabra describe una relación de admiración, de trabajo en común y, por qué no, de profunda amistad. La novela de espías, de origen anglosajón e individualista, acabó con el adlátere, y por eso James Bond trabaja solo, pero en la vida como en la literatura el adlátere es una figura entrañable que cualquiera de nosotros desearía tener.
Santiago Gamboa, escritor colombiano, autor de Perder es cuestión de método.
Adamar
Palabra culta que deriva del latín. Al parecer quien más la divulgó fue Miguel de Cervantes, empleándola en el sentido de cortejar. Sin embargo, la conocemos ante todo a través de San Juan de la Cruz que la incrustó -y resulta inesperada- en la estrofa 32 de su Cántico espiritual. En sus comentarios la explicó: "Adamar es mucho amar; es más que amar, es como amar duplicadamente". Pienso en las palabras del pintor Pablo Picasso cuando enseñó el cuadro a Gertrude Stein: "Ahora, a parecerse al retrato". Quizá si recuperamos esa palabra amaremos más. Pienso también en la afirmación del cineasta ruso Andréi Tarkovski: "Sólo el amor es capaz de resistir a esta destrucción universal".
Clara Janés, poeta española, autora Paralajes y Los números oscuros.
Alcuza
Hace poco la oí por primera vez. Me la regaló un amigo. "Pásame la alcuza", dijo extendiendo su mano hacia lo que casi todo el mundo llama aceitera. En México no es común que el aceite de oliva sea crucial en la mesa. Es costumbre que haya chiles y aguacate. Pero por no sé que azar que habla de los ancestros españoles, italianos y árabes, en mi casa el aceite de oliva es esencial. Así que haberme ganado el privilegio de llamar alcuza a la jarrita en que lo guardo me ha dado una de esas alegrías sencillas con las que teje la vida sus secretos. (Del árabe hisp. alkúza, éste del árabe clás.kúzah, éste del arameo kúz(á), y éste del persa kuze.


Alcuza de cerámica de Talavera
Ángeles Mastretta, escritora mexicana, autora de Mal de amores.
Nefando
Se dice de quien ejerce el viejo oficio de prestar el ojete para lubricar un falo ajeno. Suerte de pecado que se traduce como uso y abuso de la amapola anal, corta churros, chiquitín o camino desviao en el caso de una woman. Blasfemia sodomal, nefasto, asqueroso, pero exquisito, una delicia vertebral que hace sucumbir al macho más castizo cuando el señor P. les golpea la puerta interior de la próstata con su cabeza leporina. Sacrilegio antinatura y aberración carnal que cometen estos animales, decían los cartas al rey escritas por los curas coños de la conquista, masturbándose en el confesionario.
Pedro Lemebel, escritor chileno, autor de Tengo miedo torero.
Suspender
Me gustaría mucho que el verbo suspender recuperase su vocación de embeleso. Hoy significa interrumpir, colgar, diferir, fracasar: frenos o movimientos negativos. Pero en la literatura del XVII entendióeste verbo en su hermoso sentido cervantino: "Arrebatar el ánimo, y detenerlo con la admiración de lo extraño". Como huyendo de Napoleón, esta acepción desapareció del diccionario en 1803. El antiguo suspender es pariente aéreo del asombro. Una emoción superior al efectismo actual de la sorpresa, propia de una sociedad sensacionalista más sensible al vendaval que al temblor. Ojalá el volador idioma, nuestra suspensa lengua, persiga su embeleso con los pies en la tierra y la mirada bien alta. "Admiración de lo extraño": al fin y al cabo, eso es nombrar.
Andrés Neuman, escritor argentino, autor de Bariloche.
Gentileza
Entiendo que cada palabra constituye un logro humano que se pone de manifiesto cuando la usamos. En consecuencia, el actual empobrecimiento del castellano menoscaba nuestro ser. Siento, por ejemplo, que una palabra tan bella por su sonido y color como azulete haya desaparecido, pero quizá me duele más que gentileza o cortesía pertenezcan al pasado. Designan actitudes que, en estos tiempos bárbaros en que vivimos, apenas tienen cabida.
Carmen Riera, escritora española, autora de En el último azul.
Juzgamundos
Me gusta una palabra que yo al menos nunca he escuchado y que descubrí en el venerable y maravilloso Diccionario de Autoridades, el primer diccionario compuesto por los académicos de la Española en el siglo XVIII. Es juzgamundos. Todavía sobrevive en la última edición del DRAE, pero con una definición algo cambiada. Yo prefiero la inicial: "El murmurador o censor de las acciones de todos". Me pregunto si no sería mejor denominar juzgamundos a los que ahora llamamos tertulianos de los programas de radio y televisión. En cualquier caso, que el destino nos libre de los juzgamundos, y más aún de convertirnos en uno de ellos.
José Manuel Sánchez Ron, académico, autor de El poder de la ciencia.
Escabel
Es un mueble más necesario cada día, sobre todo para los que usamos el ordenador y para una profesión tan argentina como la de psicoterapeuta. Se los llama con el nombre general inespecífico y confuso de "banquitos".Ana María Shua, escritora argentina, autora de La fábrica de terror.

 
Embeber
"Recoger en sí alguna cosa liquida como la esponja embeve en sí el agua o otro cualquier licor", dice el Tesoro de la lengua castellana y española de Sebastián Covarrubias (un diccionario que se lee como una novela). La vida de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz está llena de momentos en que éstos están embebidos en dios, en que son absorbidos con dios, convertido en una sola cosa. Esa extraña pasión que tiene sed, que ante todo bebe y se bebe a sí mismo me hace hoy extrañamente falta.
Rafael Gumucio, escritor chileno, autor de Páginas coloniales.
Mamplora
Escojo para que no se olvide la palabra mamplora, nombre galante y nada agresivo con que se llamaba a los homosexuales hace tiempos, y sus variantes floridas de manflor, manflora, manflorita, manflorón, que siempre he imaginado venir, mamplora y todas ellas, del francés ma fleur, mi flor, aunque los sabios de la lengua afirman que viene de hermafrodita. Cualquiera sea su procedencia, manflora se queda lejos de la brutalidad despectiva que tienen marica, maricón, joto, culero, hueco, argolla, cochón, verdaderos estigmas sonoros de un niño.
Sergio Ramírez, escritor nicaraguense, autor de Catalina y Catalina.
Zangolotino
La única vez que he oído pronunciar esta palabra fue en una película: Viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán-Gómez. Se la dice José Sacristán a Gabino Diego, que en la ficción es su hijo adolescente, y que la encaja como un peso mosca dispuesto a morir de pie; no es exactamente un insulto, pero, si no recuerdo mal, Sacristán la dice como un insulto (o como un insulto compasivo) y así la encaja Diego. Sin embargo, la Real Academia afirma que un zangolotino es sólo un muchacho que quiere hacerse pasar por niño. Nadie usa ya la palabra (y menos con esa acepción); además, carece de sinónimo. Pero no es cierto que las palabras creen la realidad, porque el mundo sigue estando lleno de zangolotinos (de hecho, no hay joven o adolescente que a lo largo del día no sea un zangolotino), sólo que no sabemos cómo llamarlos. Padres y madres de adolescentes: el asesinato no es la solución; la compasión, sí: no son más que unos zangolotinos.
 

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